
Los ganadores de las principales categorías fueron el pampeano Cristian Alfonsín (elite varones) y la villamariense María de los Ángeles Gómez (elite mujeres), que en sí mismos representan signos prácticamente opuestos: Alfonsín es un próspero profesional de las maratones, que le dan 2.500 pesos fijos por mes de sus patrocinantes (más los premios de cada prueba que gana, que son muchas), mientras que Gómez casi debutó como triunfadora.
Hace apenas un año que la villamariense participa en pruebas de calle (entrenada a distancia por el también atleta Darío Núñez, de Villa Carlos Paz y actualmente en España), y sólo desde marzo último compite para Estadio Córdoba, al que viaja una vez por semana para que Marcelo Canale le haga observaciones técnicas.
La punta, urgente. Alfonsín se inscribió por teléfono a último momento (el viernes a la noche), y con ello sancionó el resultado de la prueba principal. A los 500 metros de carrera ya estaba en la punta, junto al puntano Rosendo Barroso y el marcosjuarense Marcelo Peralta. Y al kilómetro, ya era para siempre el puntero absoluto.
De allí en más, casi no hizo otra cosa que acrecentar permanentemente su ventaja. Al subir al puente Santa Fe, le llevaba una cuadra a Barroso y a Peralta. El cordobés Antonio Soliz, afirmado en el cuarto lugar, ya estaba una cuadra y media atrás del líder.
El fondista de Santa Rosa llegó a tener, a la altura de Alberdi (avenida Colón), dos cuadras y media de ventaja. Pero por Alto Alberdi aminoró su fuerte ritmo, como si hubiese sentido la cuesta hasta Zanni. Su ventaja sobre Barroso, entonces, se redujo a menos de dos cuadras.
Fiesta en las calles. Las veredas de la avenida Colón, como si fuera una tardecita de primavera, hervían de gente, de grupos familiares, de chicos trepados a los lugares altos. Todos gritaban y aplaudían, saludaban incesantes y ensordecedoras las bocinas de los autos. Alfonsín volvió a su rápido y largo paso y empezó a alejarse nuevamente. Cuando dobló en la esquina de Sagrada Familia, pese a que aún faltaban más de dos kilómetros, sólo un desastre le podía arrebatar el triunfo.
Pero no hubo desastre, porque el pampeano estaba entero. El último kilómetro lo corrió mirando al público, con una gran sonrisa y casi saludando a cada uno. Sólo de vez cuando, con más curiosidad que temor, miraba hacia atrás para cerciorarse de que todos los rivales estaban lejos.
Su llegada fue el principio de todas las llegadas, que se prolongaron por dos horas más. Y con cada llegada empezaba una nueva fiesta, que luego trepó al escenario instalado en el Parque de las Naciones desde el que brotaron los premios, los sorteos y la música, por varias horas más.
Fuente: La Voz del Interior