martes, 6 de marzo de 2007

Selección Argentina 1986

Otra selección Argentina a la cual le debemos el honor de congratularla constantemente: la selección campeona de México '86. En ella jugó el más grande ídolo de la Argentina y del mundo: Diego Armando Maradona. Este sencillo homenaje a sus jugadores y a toda la gente que pudo disfrutar de semejante torneo.



Formación

Arqueros
Luis Islas
Neri Pumpido
Hector Zelada

Defensores
Sergio Batista
José Luis Brown
Daniel Passarella
Nestor Clausen
José Luis Cuciuffo
Oscar Garré
Oscar Ruggieri

Mediocampistas
Ricardo Enrique Bochini
Claudio Borghi
Jorge Burruchaga
Hector Enrique
Ricardo Giusti
Julio Olarticoechea
Carlos Daniel Tapia
Marcelo Trobbiani

Delanteros
Sergio Omar Almirón
Diego Maradona
Jorge Valdano
Pedro Pablo Pasculli

México, Distrito Federal, 1986. Allá en el Club América, en el mediodía del viernes 6 de junio, Diego Maradona, a solas, me entregó una confesión esperanzada: "Ojalá que éste sea mi Mundial, pero que también sea el de Argentina. Así ganamos todos". Con diez años de Primera División, cuatro en el fútbol europeo y 25 de edad, Maradona pisó tierra mexicana con dos ideas fijas: ser campeón mundial y apoderarse del cetro de Pelé, vacante y con un par de aspirantes más: Zico y Platini. Después de la frustración de los 17 años —César Menotti lo dejó fuera de la Copa del Mundo del 78— y del desconsuelo en España 82, Diego sabía que en México podía acceder a la cumbre. "Ahora o nunca", debe de haberse impuesto cada vez que apoyaba la cabeza en la almohada. Llegó afilado, en lo físico y en lo futbolístico. Llegó con su experiencia europea, clave para aguantar la marca pegajosa y violenta. Llegó mimado por todos, sin las batallas por el vedettismo que solía librar (inconscientemente o no) con Menotti; Carlos Bilardo, con criterio, resignó protagonismo, pasó a segundo plano, y lo elevó a Diego al primer escalón. Llegó con hambre de gloria y ganas de demostrar que esa criticada Selección podía ser campeona. Llegó él y en México se desató la "diegomanía". O la "maradonitis".

Pasaron coreanos (3-1), italianos (1-1) y búlgaros (2-0). Diego cumplía, pero no brillaba. Con Uruguay, en los octavos (1-0), el duende de la zurda surgió en casi toda su dimensión. El casi es porque faltaba la mejor poesía, ante Inglaterra (2-1 en cuartos). Porque quedaba un nuevo acto majestuoso, ante Bélgica (2-0 en las semis, con otros dos gritos personales). Porque restaba el cierre de oro, contra Alemania (3-2 en la final), la tarde que desembocó en la vuelta olímpica, paseado en andas, copa dorada en manos. Sueño de pibe cumplido, mágico.

Con los ingleses patentó una de sus frases antológicas: "La mano de Dios", producto del primer gol, cuando se anticipó al arquero Shilton para mandarla a la red con su puño izquierdo, mezcla de picardía de potrero y de viveza criolla. El otro conejo sacado de la galera lo registró la historia como "El día del gol", por aquella pintura como la que no hubo (ni habrá) otra igual. El arte de Diego pudo con todo y con todos. Pudo cambiar las hostilidades y los silbidos —esa Selección siempre jugaba con la gente imparcial en contra— por admiraciones y respetos. Pudo con los empedernidos alemanes, que se levantaron de un 0-2 (frentazo de Brown, corrida de Valdano) para arribar a un increíble 2-2, pero no fueron capaces de frenar la asistencia postrera a Burruchaga para que su socio la trocara por gol y por título. Pudo empujar, por capitán y por corajudo, a sus compañeros para que pusieran el alma y la vida en ese broche de fantasía.

El Cebollita. El crack-niño de Argentinos. El ídolo de Boca. El que ilusionó a Barcelona. El que hizo que en Nápoles se lo venerara más que a San Genaro. El que paralizó a Sevilla y a Newell's. El de los 695 partidos y 353 goles. El único argentino que disputó cuatro mundiales. El campeón juvenil y el campeón mayor. El que lloró de bronca en Italia 90. El que dio dóping positivo en Estados Unidos 94. El generador de alegrías. El del carisma colosal. El que le peleó (y le ganó) a las drogas. El que gambeteó dos veces a la muerte. El sanguíneo. El rebelde. El contradictorio. El enemigo del poder. El políticamente incorrecto. El del nombre que identifica a la Argentina. El que revivió en este 2005. El que volvió a Boca como vicepresidente de Fútbol. El que conduce su programa de TV. El de la fama sin fronteras ni tiempos. El más grande.

Como jamás se sabrá qué misterios de su genio descubrió para inventar el gol perfecto, tampoco jamás se sabrá hasta dónde llegará el mito Maradona.

)Fuente(

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